Juan Sánchez Peuez (3 Poemas)
14
Mi
animal de costumbre me observa y me vigila.
Mueve
su larga cola. Viene hasta mí
a una
hora imprecisa.
Me
devora todos los días, a cada segundo.
Cuando
voy a la oficina, me pregunta:
"¿Por
qué trabajas
Justamente
aquí?"
y yo
le respondo, muy bajo, casi al oído:
"Por
nada, por nada."
Y como
soy supersticioso, toco madera
de
repente, para que desaparezca.
Estoy
ilógicamente desamparado:
De las
rodillas para arriba,
a lo
largo de esta primavera que se inicia.
Mi
animal de costumbre me roba el sol
y la
claridad fugaz de los transeúntes.
Yo
nunca he sido fiel a la luna ni a la lluvia ni a los
guijarros
de la playa.
Mi
animal de costumbre me toma por las muñecas,
me seca las lágrimas.
me seca las lágrimas.
A una
hora imprecisa
baja
del cielo.
A una
hora imprecisa
sorbe
el humo de mi pobre sopa.
A una
hora imprecisa
en que
expío mi sed
pasa
con jarras de vino.
A una
hora imprecisa
me
matará, recogerá mis huesos
y ya con
mis huesos metidos en un gran saco, hará de mi
un
pequeño barco,
una
diminuta burbuja sobre la playa.
Entonces
sí
seré
fiel
a la
luna
la
lluvia
el sol
y los
guijarros de la playa.
7
Yo me
identifico, a menudo, con otra persona
que no me revela su nombre ni sus facciones.
Entre dicha persona y yo, ambos extrañamente rencorosos,
reina la beatitud y la crueldad.
Nos amamos y nos degollamos.
Somos dolientes y pequeños.
En nuestros lechos hay una iguana,
una rosa mustia (para los días de lluvia)
y gatos sonámbulos que antaño pasaron sobre los tejados.
que no me revela su nombre ni sus facciones.
Entre dicha persona y yo, ambos extrañamente rencorosos,
reina la beatitud y la crueldad.
Nos amamos y nos degollamos.
Somos dolientes y pequeños.
En nuestros lechos hay una iguana,
una rosa mustia (para los días de lluvia)
y gatos sonámbulos que antaño pasaron sobre los tejados.
Nosotros,
que no rebasamos las fronteras,
nos quedamos en el umbral, en nuestras alcobas,
siempre esperando un tiempo mejor.
nos quedamos en el umbral, en nuestras alcobas,
siempre esperando un tiempo mejor.
El ojo perspicaz descubre en este semejante
mi propia ignorancia, mi ausencia de rasgos
frente a cualquier espejo.
Ahora
camino desnudo en el desierto.
Camino en el desierto con las manos.
Camino en el desierto con las manos.
IV
Me
siento sobre la tierra negra
y en
la hierba humildísima
y escribo
con el índice
y me
corrijo con los codos del espíritu.
Hilo
mis frases de amor
a la intemperie
bajo los árboles de muda historia.
Celebro
los olvidos eternos
de mi
tierra negra y ensimismada.
Al fin
por fin
hago
este día más límpido.
y un
caballo de sol
que se
asoma a lo imposible
como
estrella de mar fugaz
relincha en todas las ventanas.